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31 de enero de 2014

Vargas Maldonado y un PRD con una nueva actitud. Por Roberto Marcallé Abreu.

roberto marcalle
Una cualidad, realmente notable, que posee Miguel Vargas es la serenidad. Y, gracias a ese atributo, ha sabido reencauzar por un sendero distinto a ese potro desbocado que de manera histórica ha sido el Partido Revolucionario Dominicano.

De no haber asumido esa conducta, es probable que el conflicto que envuelve a esa organización haya terminado de manera trágica o sangrienta. Y, su secuela: daños irreparables y traumáticos a todo un sistema político cuya credibilidad ha venido de capa caída.
Este predicamento de Vargas ha logrado consolidar a lo interno una militancia y una dirigencia que consideran el debate civilizado y las actitudes sobrias como fundamentales para darle validez a sus posiciones.
Los gobiernos del PRD han dejado mucho que desear, con la excepción de los siete meses del profesor Juan Bosch en 1963. Hay que reconocerle al régimen que encabezó Guzmán (1978-1982) la apertura de las cárceles a los presos políticos, permitir la entrada al país a los exiliados y el desmonte de una claque político-militar que representaba un auténtico peligro para las instituciones.
El gobierno de Jorge Blanco (1982-1986) evidenció una notoria falta de carácter en todos los órdenes. La mancha de los asesinatos de 1984, durante la poblada que sobrevino tras la Semana Santa, colocó a esa organización en uno de sus niveles de credibilidad más bajos en toda su historia.
Los últimos dos años del gobierno de Hipólito Mejía (2000-2004) fueron, probablemente, los más escandalosos que puedan ser recordados. Corrupción, auge del narcotráfico, inflación galopante, envío de soldados al Medio Oriente, conflictos con Venezuela, quiebras bancarias.
Vargas Maldonado ha procurado imprimir una dinámica diferente a esa organización, transformándola en un partido moderno, coherente, con una imagen pública adecuada y un ámbito donde jóvenes profesionales, empresarios, personas de clase media e intelectuales encuentren un canal idóneo para viabilizar sus inquietudes de cambio social en un contexto civilizado.
Por eso, este nuevo PRD debe dejar a un lado esa lucha infructuosa con el viejo PRD que representa Mejía. Debe oponerse de manera vigorosa a un régimen y su partido a los que hay que señalar sus múltiples yerros.
Debe enfatizar la lucha contra la inseguridad pública, contra el narcotráfico y enfrentar con energía las graves y lacerantes manifestaciones de corrupción en la vida pública. Debe defender la soberanía nacional sin tregua y la imagen del Estado dominicano en el exterior.
Estos cambios redundarán en beneficio de sus postulados históricos, en el rescate de una imagen distorsionada por actuaciones del pasado y en la posibilidad de acceder al poder para realizar aquel gobierno de “primero la gente” con el que soñó su líder José Francisco Peña Gómez.

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