Júbilo de mexicanos demora, pero estalla con la llegada del Papa

Una multitud de fieles saluda a Benedicto XVI, quien transita en el "Papamóvil" tras su llegada a León, México, el viernes 23 de marzo de 2012 (AP Foto/Eduardo Verdugo).
POR MICHAEL WEISSENSTEIN Y ADRIANA GOMEZ LICON
THE ASSOCIATED PRESS
LEON, México -- Horas antes de que llegara el Papa Benedicto XVI, había poco entusiasmo perceptible en León.
Los grupos congregados en las calles eran reducidos. Algunos espectadores dormían a la sombra de los árboles. Los vendedores se quejaban de la poca gente que había llegado a las calles de este bastión del catolicismo conservador en México.
Pero en cuanto el avión que transportaba al Pontífice se avistó el viernes por la tarde, la gente salió de sus casas, en medio del calor primaveral. Los fieles atestaron las aceras y gritaron entusiasmados cuando pasó el Papa, quien agitaba lentamente las manos para saludarlos. Algunos espectadores incluso lloraron.
Muchos habían dicho momentos antes que nunca amarían tanto a un papa como al antecesor de Benedicto, Juan Pablo II. Pero la presencia papal en territorio mexicano desató una reacción arrolladora de respeto y veneración por esa figura, que para muchos representa la personificación de la iglesia Católica y de Dios. Muchos fueron rebasados por sus emociones.
De niña, Celia del Rosario Escobar, de 42 años, vio a Juan Pablo II en uno de sus cinco viajes a México, país que respondió a semejante número de visitas con un aprecio especial por aquel Pontífice.
“Me tocó ver a Juan Pablo y son experiencias que sí te motivan”, rememoró. “Yo tenía 12 años y es una experiencia que sigue muy grabada en mí, creí que esto iba a ser diferente pero no, la experiencia es la misma”.
“No puedo hablar”, musitó de pronto, presionándose el pecho con las manos, mientras comenzaba a llorar.
La creencia firme en la bondad y el poder papal es profunda en Guanajuato, el estado más conservador en la observancia de los preceptos católicos en México y uno de los focos de la Guerra Cristera, un levantamiento armado contra las severas leyes anticlericales en la década de 1920.
Algunos espectadores llegaron con la esperanza de que una bendición del Papa curara su enfermedad o les consiguiera empleo. Otros buscaban inspirarse, reavivar su fe o encontrar la fuerza para ser mejores padres de familia.
Muchos dijeron que el mensaje de paz y unidad del Papa aliviaría al país, traumatizado por la muerte de más de 47.000 personas debido a la violencia relacionada con el narcotráfico, la cual se ha intensificado desde 2006, cuando el gobierno declaró que arreciaría su ofensiva contra los cárteles.
En el discurso tras su llegada al aeropuerto, Benedicto dijo que oraba por los necesitados, particularmente por quienes sufrían las viejas y nuevas rivalidades, resentimientos y formas de violencia.
Aseguró que llegaba a México como un peregrino de la esperanza, con el objetivo de alentar a los mexicanos a transformar las estructuras y eventos presentes.
Escobar expresó que tenía mucha fe en que Benedicto ayudaría a un cambio en una sociedad devastada por el narcotráfico y la violencia.
“A mí me gustaría que cambiara la conciencia de aquellas personas que están haciendo daño a México, como todos aquellos que están en la drogadicción, en la mafia”, manifestó.
Antonio Martínez, de 57 años, dijo que buscaba aliviarse de la diabetes y que la intervención divina le diera algo más que el empleo ocasional que consigue en las fábricas de calzado en León. Permaneció de pie a un costado de la carretera, recargado contra su bicicleta, a la espera del paso del Papa.
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