La muerte de “Barbarroja” Manuel Piñeiro
A continuación la última entrega de Castro’s Secrets: The CIA and Cuba’s Intelligence Machine (Los secretos de Castro: la CIA y la máquina de inteligencia de Cuba), de Brian Latell.
BRIAN LATELL
Manuel Piñeiro —Barbarroja — dirigió la Dirección General de Inteligencia (DGI) de Cuba desde su creación. Durante años acumuló un enorme poder e incontables secretos sobre operaciones encubiertas en todo el mundo. Algunos creen que fue asesinado por orden de Fidel o Raúl Castro. Sabía demasiado.
La deserción de Florentino Aspillaga del Directorio General de Inteligencia de Cuba — el DGI, la fuerza elitista de espías de Fidel Castro — fue un doble golpe para La Habana. No solamente era él un oficial de inteligencia altamente condecorado, sino que era un veterano, miembro de una de las primeras clases que se graduó en la escuela de inteligencia del DGI. Se matriculó en noviembre de 1962, pocas semanas después de la resolución de la crisis cubana de los cohetes y varios meses antes de cumplir 16 años. “Era mi destino trabajar en inteligencia”, me dijo Aspillaga cuando nos vimos por primera vez, 20 años después de su deserción en 1987.
Todos sus 50 compañeros de clase eran también precoces, la mayoría también adolescentes, de 16 a 19 años de edad. El mayor de ellos tenía 23 años, y había otro chico que era más joven que él. Eran maleables y aprendían rápido, entusiastas acólitos en un servicio de inteligencia en ciernes dirigido por revolucionarios incondicionales, la mayoría apenas unos años mayores.
Ramiro Valdés, el ministro del Interior en la cima de la cadena de mando, tenía 30 años. Manuel Piñeiro — Barbarroja, educado en Estados Unidos —, quien dirigió el DGI desde su creación, tenía 28. Fidel tenía 36; Raúl, 31, Che Guevara, 34. La mayoría de las demás figuras en el círculo de más alto nivel también andaban en sus 20 o 30 años, al igual que los operativos más importantes del DGI en el extranjero. Armando López Orta — el suave “Arquímedes’’ — era un caso típico. Amigo de Piñeiro, tenía 30 años cuando se le asignó la dirección del enorme Centro del DGI en París. Todos estaban a la vanguardia de una agitación generacional que convulsionó la sociedad cubana.
No era, pues, sorprendente que esos jóvenes duros de Piñeiro llamaran bastante la atención. El ex ministro de Relaciones Exteriores mexicano y autor Jorge Castañeda, que conocía bien a Barbarroja, escribió acerca de la manera en que al principio eran fáciles de identificar. Los muchachos del jefe del DGI “eran generalmente jóvenes, de clase media baja o bastante pobres, toscos pero brillantes”. Castañeda también citó a un colombiano que conocía a algunos de ellos: “Piñeiro enseñó a estos muchachos a vestirse y a usar tenedores y cuchillos en la mesa”.
No había en sus antecedentes céspedes cuidados donde jugar, ni ropa blanca para jugar tenis, ni noches de etiqueta para galas estudiantiles. La mayoría, incluyendo a Aspillaga, apenas habían ido a la escuela.
Fácilmente descartables, como lo hicieron algunos en la CIA, estos adolescentes cubanos eran inquebrantables creyentes en Fidel y su revolución. Meticulosamente entrenados y listos para casi cualquier cosa, no debieron haber sido subestimados.
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