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10 de febrero de 2011

VIVENCIAS
Por  :  Rafael E. Caamaño . C

Constituíamos un sólido grupo de novatos, que ansiaban poner en práctica los principios del marxismo, aprendidos por vía de amenas lecturas en los libros clásicos de esta filosofía, que apenas habíamos rebasado la adolescencia.



  
      Rafael  E. Caamaño  C.                                                          

                                          Empujados por el furor que generó en toda Indo América y en especial en la juventud, el triunfo de la revolución cubana y el ascenso al poder de Fidel Castro; las noticias sobre sus avances, recibidas al través de los ondas hertzianas de Radio Habana y CMQ, que solíamos escuchar a escondidas y con riesgos de nuestras vidas, y las experiencias individuales de cada uno de nosotros, sobre los crímenes y atropellos del régimen trujillista y sus adláteres sirvieron de motivación para que en la memorable tarde del 10 de Julio del 1960, decidiéramos formar parte del Movimiento Patriótico 14 de Junio, aún en la clandestinidad.

    En la humilde vivienda de los esposos Rogelio Santana y Lidia Aminta Castillo de Santana, ubicada en la calle Mella y muy cerca de la Escuela Juan Pablo Duarte de la entonces Elías Piña. Nos reunimos los convocados: Máximo Rafael Paredes Terrero, Otilio Molina Méndez, Omar Molina Méndez, Juan Bautista Suero y Suero, Manuel de Jesús Minier Rodríguez, Rafael Sorí Cáceres, Justo César Cruz Cáceres, Vinicio Valenzuela Pérez, Mario Paulino, Geraldo Emilio Sánchez Ogando, Ramón A. Cruz Cáceres, Rafael Milciades Segura D’ Óleo, Rafael Antonio de la Rosa, Adela América Ogando Pérez y el autor de esta reseña, para escuchar de voz de Chongo Naut, natural de San Juan de la Maguana y comisionado por la organización patriótica, las instrucciones sobre la misión por desarrollar.

      Primariamente se nos asignó la tarea de constituir células barriales y proporcionarles orientaciones que pudieran servir en lo posible, para romper paulatinamente la mentalidad trujillista, impuesta de manera sutil por la inagotable propaganda política gubernamental.

     En apariencias la misión parecía fácil desarrollar. Pero no era así en un pueblo fronterizo cargado de miseria; que arrastraba un paternalismo fomentado por el Estado, con el deliberado propósito de sustraer las iniciativas y fomentar dependencia; carente de fuentes de trabajo y cuyas autoridades eran siervos al servicio del régimen y que para colmos, era una especie de recinto militar, donde además de la enorme cantidad de uniformados, en las áreas rurales los padres se jactaban de tener un hijo guardia y se les preparaba mentalmente para serlo.

       Tal situación, acrecentaba las dificultades para un grupo de jóvenes inexpertos, que osados habíamos decido casarnos con la historia.

      Con todo esto, jugando al escondite y a ser valientes, nos encontró el 19 de Febrero del 1961, fecha en que Trujillo realizó la última visita a Elías Piña y de donde salió inesperadamente, respondiendo a sugerencias de organismos de seguridad, que temían por su vida, tras la presencia de militares de alto rango, que no habían sido invitados previamente por Trujillo.

      Por suerte para nosotros, todo quedó en sospecha para con los militares, hasta que finalmente llegó el 30 de Mayo, fecha en que fue eliminado ese funesto personaje.
Con la muerte de Rafael Leonidas Trujillo Molina, el país comenzó a enrumbarse por nuevos senderos y el grupo de jóvenes de Elías Piña, no fue la excepción. Todos nos vimos compelidos a tomar caminos diferentes.

      Una parte quedó en Elías Piña y la otra emigramos hacia la ciudad Capital de la República, en busca de nuevos horizontes, pero sin romper con el ideal de luchas por un mejor país.

       En esa populosa urbe descubrimos que también el peligro era latente. Los remanentes del trujillismo, como perros rabiosos se aglutinaban ahora, bajo el manto de uno de los tantos instrumentos, que el sátrapa supo utilizar en las tres décadas de férrea dictadura y colocarlos en la llamada silla de alfileres.

      En la ocasión le tocaba al Dr. Joaquín Balaguer Ricardo. Hombre culto, de extraordinaria experiencia en la administración del Estado; sagaz e inteligente, gozaba de un elevado prestigio que trascendía las fronteras de República Dominicana y se daba por cierto era el niño mimado de los norteamericanos.

      Con todo ese curriculum, el pueblo exigía su salida del poder coreando a todo pulmón "que se vaya del poder. Balaguer, muñequito de papel". Frases irrelevantes que al pasar de los años quedaría sepultada, por las acciones vandálicas, criminales e inhumanas, que cual venganza diabólica se ensañó en la juventud dominicana durante el tristemente célebre período de los doce años.
   
     Transcurrido breve tiempo de la muerte de Trujillo, la siempre veleidosa Organización de Estados Americanos (OEA), cual si fuera un paliativo, decidió enviar una comisión presidida por el Embajador de Colombia Augusto Arango, quien en compañía de otros miembros del organismo internacional buscaron entrevistarse con el Dr. Balaguer y el hijo mayor de Trujillo, Ramfis, jefe absoluto de las instituciones castrenses en su condición de Mayor General Conjunto de aire, mar y tierra, uno de los tantos títulos inventados por la megalomanía trujillista.

      La OEA buscaba la salida pacífica del país de los últimos remanentes del régimen de facto, pero sólo encontró como respuesta el programado golpe de estado Ramfis-Balaguer-Rodríguez Echavarría que provocó la ira de la ciudadanía y la radicalización de los estudiantes, que habría de culminar en la matanza de diez jóvenes promesas de la sociedad dominicana el memorable 20 de octubre del 1961 y entre los cuales estaba Gustavo Adolfo Dimaggio Salcié natural de San Juan de la Maguana.

       Posteriormente en una alocución que dirigiera al país, el Dr. Balaguer justificó este hecho abominable, ensalzando a los agentes policiales que participaron en la acción. Por su parte, las organizaciones de izquierda desmintieron la información oficial, de que sólo habían perecido dos personas de nombre Tirso Román Valdez y José Ignacio Matos.

     Con pelos y señales se supo del horrendo crimen que se había perpetrado.
Han pasado muchos años después de este holocausto. Para la generalidad de los seres humanos, la vida continúa siendo parte de un proceso entre el nacer y el morir.

     En este proceso vivencial es donde el hombre desarrolla valores, actitudes y experiencias que acumuladas en el tiempo, constituyen su mayor tesoro.
En su discurrir dejan huellas imborrables que gravitan en nuestro ser, cual si fueran trastornos febriles y tóxicos que crean alucinaciones.

      El pasado que nunca volverá; los amigos que partieron de este mundo; los amores que se atesoran en los recuerdos, y todo aquello que como elixir o bálsamos vivificantes evocamos con nostalgia, en una mezcla de placer y dolor.

       Resulta probable, finalmente, que estas elucubraciones filosóficas, me obliguen a penetrar a ese mundo complejo, donde la lógica adopta postura entre el idealismo y lo material, en aras de que nuestra imaginación sensible, excitada por los sueños, divague en pos de la inmortalidad del alma o la posible vida fuera del espíritu.
    
        En el ocaso de mi vida terrenal hago esta reflexión, emulando al poeta José de Espronceda cuando exclamaba.

          Débil mortal no te asuste mi oscuridad ni mi nombre,  en mi seno encuentra el hombre
un término a su pesar.Yo compasiva te ofrezcolejos del mundo un asilo, donde por siempre tranquilo  para siempre duerma en paz.

         Deja que el hombre de loco, se lance al mar de la vida, si el marinero allí olvida
la tormenta que pasó.

         Mentiras son sus victorias,  mentiras son sus derrotas y son mentiras sus glorias
y mentiras su ilusión.  Real solo la muerte. Pero la muerte como un hecho irreversible, pensar en ella, no deja de lacerar nuestro espíritu y provocar angustiosas manifestaciones de dolor. El recuerdo imperecedero de quienes con sus acciones, se constituyeron en actores de primera línea, para ser en el presente solo un mero recuerdo.

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